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Gladys de Todos

Por JOAQUÍN RIVERY TUR

De su persona surgía fuerza, energía, y toda la juventud que abarrotaba la sala la acompañaba en el entusiasmo y la decisión que parecían venir de sus labios y gestos. Hablaba la Secretaria General de las Juventudes Comunistas cuando el libro de sus luchas a favor del pueblo solamente comenzaba.

Así la recuerdo perfectamente una tarde de 1973 en el teatro Lautaro, en Santiago de Chile, unos dos meses antes del zarpazo de Pinochet al Gobierno de la Unidad Popular que presidía el inolvidable Salvador Allende.

Sonreía, y no porque estaba frente a amigos, a compañeros, pues las veces que la vi, allá y en Cuba, estaba sonriendo, y cuando aparecía en las fotos desafiando callejeramente a los Carabineros (policía militarizada), jamás su rostro reflejó furia, odio o sentimiento negativo alguno. Simplemente era de esas personas que ven su vida únicamente en función de la lucha por ideales sagrados. Y ella estuvo luchando hasta el último momento.

Es curioso que hasta los medios de difusión masiva que la atacaron a ella porque buscaban atacar a las ideas comunistas, luego siguieron el proceso de su enfermedad atentamente, con respeto ante la valentía de esta mujer que no transó nunca con el imperialismo y amó profundamente a Cuba, a su Revolución, a su pueblo, a Fidel.

Aunque desapareció físicamente, Gladys Marín Millie es de Chile y de todos, igual que muchos de su patria. Y mejor si su eterno enfrentamiento contra la pobreza, la desigualdad y la injusticia tenía el apellido comunista y la llevó a los más altos puestos de su Partido, tan vituperado por los medios de difusión capitalistas y tan respetado por todos, en fin de cuentas, como sinónimo de honradez, firmeza y transparencia de ideas.

Sus convicciones eran tan firmes como sus posiciones políticas, y lo fueron desde los días de su juventud de combate hasta la hora de su deceso: muchas décadas dedicadas por entero al pueblo y con el pueblo.

Muy temprano se caracterizó por ser traviesa y contestataria y a no guardar silencio ante las injusticias. Fue como esas personalidades que se dan a menudo en Nuestra América, que parecen nacer con la brújula bien orientada hacia dónde está el deber.

En la primera página de su autobiografía, Gladys Marín expone: "En mi vida hay amores, personas, ideas que amé y que amo, a las cuales dedico mis días y mis pasos. He viajado mucho, pero siempre con mi corazón y mi mente puestos en un lugar, en una historia, que es la historia de la liberación de las cadenas de la explotación e injusticia que atan la vida de mi pueblo y los pueblos. Pero cada día es un descubrimiento de rutas, un volver a nacer, un sumergirse, un respirar de nuevo para seguir haciendo camino".

¿Qué sentiría ella aquel día de 1958 cuando le entregaron su carné de joven comunista?

Sus años de dirigente de las Juventudes Comunistas coinciden con los tiempos de la solidaridad con Viet Nam, con la Revolución cubana agredida y bloqueada. Llega a La Habana en 1961 para ver de cerca la fiebre de libertad del pueblo cubano y ve hervir el entusiasmo de las masas porque, ahora sí, el poder es de ellas.

Quizás cargó desde entonces las baterías de su batalla hasta el fin. En todo caso, su lucha se acrecentó en los años de la brega diaria por la Unidad Popular, hasta que Salvador Allende ganó la presidencia en 1970 y surgió una esperanza en el largo país de O’Higgins.

Después del golpe, primero la clandestinidad y luego el destierro, no pudieron torcerle la voluntad, y tampoco el profundo dolor de perder a su esposo a manos de los asesinos de la dictadura. La tragedia la laceraba, pero la impulsaba más todavía a la lucha contra la peor tiranía que había tenido la historia de Chile.

El Primero de Mayo del 2000 estaba en la Plaza de la Revolución reclamando con todo el vigor de su alegría la libertad del niño Elián González, que era la batalla cubana en ese momento, y que ella, como siempre, apoyó con toda resolución.

De Cuba, Gladys Marín recibió primero la Medalla de la Amistad, y el año pasado Fidel colocó en su pecho de batalla la Orden José Martí, la más alta condecoración que concede el Consejo de Estado a las personalidades más destacadas del mundo por su labor y su solidaridad.

Se podrían escribir sobre ella muchas páginas; Gladys quedará en la larga lista de aquellos chilenos recordados por siempre, en la que acompañará a Luis Emilio Recabarren, Pablo Neruda, Salvador Allende, Miguel Enrique y otros nombres que entran en la historia por su capacidad de combatir la injusticia.

Y lo preferible es recordar su optimismo, cuando le impusieron la Orden José Martí, y dijo: "Todos los días hay que luchar con alegría por la vida", igual que hizo ella misma.

1 comentario

Liliana -

Roberto, qué alegría ver tu página actualizada. Acabo de mostrársela a mis compañeras. Yo soy un desastre porque intenté hacer vínculos y mejorar la mía en el poco tiempo que tengo aquí y no puedo. Escríbeme y dame intrucciones. Gracia. Chao